No sé ni cómo se llama. Algún día se lo preguntaré. Pero ese saludo, curiosamente cada día distinto, y es otra muestra de su singularidad, es hoy en día una rareza destacable y, tal vez, por ser rareza me he inclinado a hablar de ella y de él. Porque este hombre, por ahora «sine nómine», no te saluda solo con un «Buenos días», «Kaixo, Egun on», «Hola, cómo estás» sino que cada día te sorprende, primero elevando su mano derecha y luego dirigiéndose a tí con una frase distinta que se ha aprendido o que alguien se la ha apuntado. Frase corta, pero con mensaje: «Que haya paz entre nosotros, lo podemos conseguir», «Quiero ser tu amigo», «Que seamos amigos todos de todos» y frases por el estilo. Saluda, no se para, continúa su camino, lento, macilento, siempre mismo ritmo. Es su manera de comunicarse con un mundo que se adivina hostil o, al menos, indiferente simplemente por ser y hacer algo diferente y sorpresivo. Quizá sea su forma de buscar el sentirse aceptado por los demás. Se nota que lo hace por placer, porque le gusta, no le cuesta porque es su manera de sentirse libre.
No lleva mucho tiempo por el barrio, al menos yo no le recuerdo haberle visto más allá de un año a esta parte. Al principio, las personas que nos cruzábamos con él le mirábamos con ese grado de extrañeza y sorpresa que nos causa el hecho insólito o inusual. Incluso la gente le miraba de manera despectiva y la mirada de los niños y jóvenes denotaban una especie de conmiseración hacia él, como pensando: «De qué va éste».
Con el tiempo y al ver que su actitud no era flor de un día sino que se repitía a diario, la gente ha comenzado a responder al saludo e incluso alguna persona, más lanzada que yo porque me cuesta entrar en su intimidad, se para a hablar con él e interesarse por sus cosas. Se ha convertido, en poco tiempo, en todo un personaje motivo de comentario e incluso el día que no le veo y escucho su saludo, le hecho de menos.
Pero ¿tiene importancia hoy en día el saludo? Podemos definir el saludo como un gesto, palabra o cualquier otro manera de comunicarse entre dos o más personas, de manera cortés y amable. Es una buena forma de relacionarse con los demás y es muestra de cercanía, en gran medida amigos o sólo conocidos, pero únicamente en el entorno en el que habitualmente nos movemos. Y, quizá debido a las nuevas formas de comunicación, el saludo, incluso el formal, se está perdiendo y no digamos el beso, darse la mano o el abrazo desde la pandemia. También es una muestra de cortesía, aunque el uso y las formas de esta palabra se perciba anticuado hace ya bastantes años. ¿Quién hace uso ya de esta palabra? y ¿cuántos hay que la practiquemos?.
Y como me gustan los «latinajos» y para que se comprenda mejor este comentario, etimológicamente la palabra castellana «saludo» proviene del latín «salus» que significa salud, es por ello que saludar implica «desearle salud» a la otra persona. Son detalles que con el tiempo, y por su asiduidad, van perdiendo su razón de ser o más bien nos vamos olvidando de su significado. Por supuesto que la pandemia ha procurado modificar nuestros hábitos en este sentido pero qué reconfortante es, para mí, el haber podido volver a dar un abrazo al amigo al que no veo desde hace cierto tiempo, darme un beso o dos con mis familiares u ofrecer un apretón firme de manos con aquél al que me presentan.
Y este hombre de mirada un poco perdida, de andares no muy firmes, desgarbado, es un hombre tierno que levanta una sonrisa a todo aquel con quien se cruza con asiduidad y, al que no le conoce, una mirada de incredulidad. Pero con su saludo se hace notar y se hace querer. Quiero cruzarme todos los días con él.
P.E. Hoy, cuando he salido de casa a comprar el pan, iba por delante, me he puesto a su altura. Me ha saludado, como siempre, y yo le he contestado. En euskera le he preguntado cuál era su nombre y me ha contestado también en euskera. No lo voy a decir porque me parece que sería violar su intimidad. Podría decir uno ficticio pero tampoco lo voy a hacer. Yo le he dicho el mío.
A la vuelta a casa me he vuelto a cruzar con él y me ha saludado, una vez más, llamándome por mi nombre. A partir de ahora yo también le saludaré por su nombre. Ya forma parte de mi pequeño mundo.