Han cerrado mi «cole».

Eran las 8:00 A.M. de cualquier día de la semana de lunes a sábado, de cualquier mes de septiembre a junio. Un niño de 4 años, acompañado de su hermano mayor de 6 años salían de su casa para dirigirse al Colegio que sus padres, por proximidad, habían elegido para ellos. Entre su domicilio de un barrio trabajador y el colegio no había más de 400 metros. La circulación era escasa, la ruta, muy variable, nos la conocíamos al dedillo. Por el camino se iban agregando a la comitiva unos cuantos niños más de la misma edad. No tardábamos mucho en hacer el recorrido. Quizá 10 minutos, aunque no nos apresurábamos en llegar, siempre salíamos con tiempo.

Foto Google Street View

El colegio era de monjas, tenía internado para niñas y los externos éramos tanto niñas como niños, pero estos sólo hasta los 6 años. A partir de ahí, los niños teníamos que pasar a otros colegios.  Las monjas eran las Reverendas Madres Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús que un buen día de 1900 fundara la italiana Santa Francisca Javier Cabrini. En mi época, todas las monjas eran italianas y por eso, al colegio, se le conocía por «el de las italianas». Estaba y está situado en el Campo Volantín, flanqueado por el Palacio Olábarri y junto a la plazoleta de La Salve. Un lugar privilegiado para los juegos infantiles y los paseos para los adultos. Así era o así lo veía yo en 1956 a mi tierna edad de 3 años.

Allí estuve tres cursos y allí me enseñaron a leer y a adquirir el hábito de la lectura, a escribir, a sumar, restar, multiplicar y dividir. Además de estas materias básicas que me enseñaron y muy bien, trataron de inculcarme. por supuesto, los valores cristianos así como el respeto hacia el sexo femenino con quien teníamos que compartir aula y pupitre. Con las de mi edad me llevaba muy bien, otra cosa era con las internas que eran mayores que nosotros y que trataban de hacernos la vida imposible, aunque nosotros no nos quedábamos atrás cuando de hacer travesuras se trataba. Con alguna de ellas llegué a un acuerdo: yo les hacía los trabajos de matemáticas que se me daban muy bien y ellas me hacían las manualidades en las que era muy malo y lo sigo siendo a día de hoy. Un «quid pro quo», si tu me das, yo te doy.

Sólo me acuerdo, muy vagamente, de dos de las monjas, ambas italianas. Eran como el poli bueno y el poli malo de las películas. La Madre Superiora que, creo recordar y que ahora me he enterado que corresponde al nombre castellano de Javier, se llamaba Madre Saverio. Alta, fuerte, muy seria y severa como correspondía a una monja de su rango en aquel entonces, siempre ataviada con su hábito negro que le daba un cierto aire siniestro. Y por otro lado, la Madre Anita, jóven, yo diría que guapa, muy cercana a los niños y niñas, simpática, con vocación misionera. Yo la tenía mucho aprecio y por eso, 70 años después, me sigo acordando de ella. Ella era la que me cubría y me disculpaba cuando a mí se me ocurría alguna travesura, trataba de secarme las lágrimas cuando alguna niña mayor me pellizcaba o me hacía burla, cosa muy corriente en aquellos tiempos.

Aunque era muy niño tengo vivos muchos recuerdos. A veces uno se pregunta porqué el cerebro humano consigue recordar sucesos de hace muchas décadas pero no lo que ha comido el día anterior. Comentan los que dicen que saben de esto que es porque la memoria es «selectiva», que sin querer tú estás decidiendo lo que es relevante y lo qué no, quedando almacenados los recuerdos en una parte de nuestro cerebro cuya puerta se abre a discreción y en muchas ocasiones, sin saber por qué. Por dar algunos ejemplos, recuerdo perfectamente cómo nos prepararon para hacer la 1ª comunión, cómo fue ese día un 10 de mayo de 1959, las figuras de papel y cartón que con la inestimable ayuda de mi madre hicimos para el Belén en Navidad y que guardamos en casa durante años, la 1ª excursión colegial de mi vida, a la Basílica de Begoña, andando y que nos pareció que habíamos ido lejísimos, rematada por un niño «cagón» que se lo hizo encima (estamos hablando de niños de entre 4 a 6 años) y los más altos tuvimos que bajar hasta Castaños rodeándole para que no se le viese y «diese el cante», cante que cuatro compañeros tuvimos que soportar, o aquellas representaciones que se hacían en Navidades y que, con algún compañero tan revoltoso como yo, todos los años tratábamos de sabotear. Y, sobre todo, el accidente que tuve poco antes de abandonar el colegio.

A la salida, solíamos ir a jugar al paseo del Campo Volantín. En aquel entonces, año 1959, la circulación era muy escasa y los paseantes, pocos. Era terreno ideal para nuestros juegos infantiles de los «iturris» con la figura de un ciclista famoso tras un cristal circular o el «hinque». Cuando queríamos jugar «al balón» íbamos a la cercana plaza de «la Salve». Uno de esos días y al querer regresar a casa, un taxi que venía por la calle Múgica y Butrón, que en aquel entonces era «Prohibida» en dirección al Paseo, me atropelló dejándome un gran boquete en la pierna derecha así como la fractura de tibia y peroné. Gracias a Dios, esto sucedió a 50 metros de la «Clínica Salaberri» a donde me llevaron algunos transeuntes en volandas desangrándome, pero allí consiguieron cortarme la hemorragia y después de un mes internado con una escayola que iba desde la ingle hasta el tobillo, consiguieron que no me quedasen más secuelas que la cicatriz del agujero que me hizo el coche al darme el topetazo.

Son chispazos que la mente ha recogido y guardado hasta que los periódicos me han puesto en antecedentes de lo que está pasando. O peor, lo que ya ha pasado que es el cierre del Colegio. Y viene a mi memoria las veces que he pasado por delante sin dejar de echar una mirada a la izquierda para ver que nada había cambiado, sólo el cartel de la entrada, contándoles, antes a mis hijos y ahora a mis nietos los buenos momentos que, de muy niño, pasé allí, echándome a la espalda la nostalgia de un tiempo que se recuerda con cariño.

Pero los tiempos cambian, evolucionan y las viejas ideas se marchitan. El cambio a la democracia trajo con ella una secularización de la sociedad, una acusada rebaja en la natalidad a la vez que aumentaba la oferta educativa aunque, al parecer, con el nuevo siglo se le quiso dar al Colegio, y se consiguió, un nuevo impulso generador de esperanza acomodándose a los nuevos tiempos sumando los esfuerzos de monjas y profesores seglares para otear un nuevo amanecer en un rejuvenecido Colegio San Pedro Apostol.

El susurro de la Ría de Bilbao permanece acallado por el ruido del tráfico y el parloteo de los niños y jóvenes mientras discurre orgullosa por esa margen derecha que deja ver, a una pequeña distancia, y en toda su magnitud, el reflejo del titanio del Museo Guggenheim, la sede altiva de Iberdrola y el Palacio de Congresos que se eleva con su figura marítima sobre los extintos Astilleros Españoles. Al sobrepasar la «Grua Karola», se amansa y se serena hasta unirse con el salitre de las aguas marinas que vienen empujando porque ansían llegarse hasta la ciudad.

La excelencia hacia la que tendía ese grupo de profesores llamó la atención de una Sociedad Limitada que llevaba ya un tiempo haciéndose con diversos Colegios esparcidos por toda la península, el grupo Scientia School. Aquí, en Bilbao, lo que pretendían y prometían era ser un centro concertado comprometido con los valores humanos y el cambio constante que requiere una educación de calidad. Proclamaban que su primer objetivo era ser un agente de cambio en esta sociedad plural y, para ello, tratarían de inculcar a sus alumnos y alumnas la creatividad, responsabilidad, compromiso y autocrítica que todo futuro ciudadano debe atesorar. Y prometían que entre sus valores destacarían: la universalidad y gratuidad, la responsabilidad, el compromiso con la justicia, el compromiso con la paz y la libertad y la innovación.

El 27 de Marzo del 2023 se autorizaba el cambio de denominación del Centro Privado de Educación Infantil, Primaria y Secundaria «San Pedro Apostol», de Bilbao (Bizkaia), hasta ese momento ostentada por la Congregación de Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, para que en lo sucesivo lo fuera «Scientia Bilbao, Sociedad Limitada» quedando ésta subrogada en las obligaciones y derechos que afectasen al centro cuya titularidad se le reconoce. La comunidad religiosa y el grupo educativo seglar acogieron con entusiasmo este ideario en la convicción de que traería nuevos aires y modernización de los elementos como así fue en un principio. Pero la alegría duró poco. Ya a los pocos meses comenzaron a darse uenta de que lo prometido, poco y con cuentagotas. Más les tuvo que llamar la atención cuando en Enero de 2024 cerraron el Colegio «Karmelo» de Donostia al incumplir con reiteración las obligaciones que marcaban los Convenios del ramo, sobre todo a nivel de pagos no efectuados, detectándose otras varias irregularidades. La jugada estaba clara.

La empresa pretendía vender la venta del edificio al Gobierno Vasco y con esa cantidad solucionar los mismos problemas que ya se habían creado en Bilbao. En el Colegio del Campo Volantían, algunos profesores dejaron de percibir su salario y se crearon problemas administrativos y legales que nunca se habían producido antes de la llegada de esta empresa. Durante el año 2024 los problemas se han ido agudizando, algunos profesores, a la vista clara de lo que estaba sucediendo, han abandonado el barco aunque muchos continuaban trabajando sin cobrar, anteponiendo su compromiso con el alumnado y sus familias. La situación de este grupo de profesores ha llegado a ser insostenible, por lo que han hecho público su problema y han llevado al G.V. sus reivindicaciones.

Ha sido todo inútil. Ante las flagrantes irregularidades, el G.V. ha retirado las subvenciones que , como colegio concertado tenía, por lo que han tenido que cerrar sus puertas con el nuevo año, dejando en un «limbo» al profesorado y al alumnado. Una mala gestión ha tirado por tierra un legado educativo de más de 100 años. Desde mi experiencia en ese colegio, puedo afirmar que la enseñanza que allí se impartía me ha servido para valerme perfectamente en esta vida y que guardo de él y de su porfesorado un bello recuerdo.

Espero que no se utilice el edificio para la especulación inmobiliaria, una más, aunque me da la impresión de que el Fondo mexicano Atlas Holdings, que es en realidad quien está detrás de «Scientia», sabía muy bien que lo que compraba, además de un colegio, era un edificio situado en uno de los mejores sitios de una ciudad muy interesante como es Bilbao. Ese espacio, hoy en día, puede tener un valor muy superior al que ellos pagaron. ¿Lo tenían ya en mente cuando lo compraron hace tan solo tres años? Mucho me temo que eran muy conscientes de ello aunque sería mucho especular, por mi parte, que el fin último fuese una venta lucrativa del edificio. Veremos. Espero equivocarme.

 

 

 

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Javi

Sobre mí

«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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